martes, marzo 11, 2025
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Turismo reactivo

Guido Calderón

La trampa de la reacción inmediata

En la política ecuatoriana, el debate no gira en torno a soluciones estructurales ni a planes de desarrollo sostenibles. En cambio, el país está atrapado en una espiral de reacciones impulsivas, donde cada provocación genera una respuesta visceral y la atención se desvía de los problemas de fondo. Esta dinámica no solo erosiona la calidad del debate público, sino que nos mantiene pobres en términos económicos, en desarrollo social y esta violencia emocional, se transforma en violencia física.

Reaccionar no es Gobernar

Reaccionar automáticamente a toda provocación nos convierte en prisioneros de los provocadores. En Ecuador, los actores: gobierno, oposición, medios de comunicación y ciudadano, actúan de manera reactiva y no estratégica. El Presidente Noboa, es el único político, que es censurado por no reaccionar con violencia o callar y no responder insultos y vejámenes, lo que enloquece aún más a sus enemigos.

Cada escándalo, cada post incendiario, cada declaración polémica de un político reactivo como Correa, se convierte en la prioridad del día. Los debates en redes sociales se centran en responder con ira al insulto más reciente y dejamos de discutir cómo resolver la pobreza, la inseguridad o el desempleo. Esta reactividad nos consume el día a día y perdemos el enfoque real del problema y olvidamos la planificación y solución a largo plazo.

La cultura de la provocación y el circo mediático

En un país donde la crisis económica y social es profunda, parecería lógico que los líderes y ciudadanos se enfocaran en diseñar políticas públicas serias y efectivas. Sin embargo, la cultura política ecuatoriana es un juego de provocaciones, donde la prioridad no es gobernar, sino dominar la narrativa del día a base de incitar, injuriar y mentir.

Los políticos de izquierda lanzan ataques incendiarios porque saben que generan reacciones inmediatas. Los medios amplifican estos conflictos porque generan audiencia y clics. La gente de otras tiendas políticas, en vez de exigir soluciones concretas, entra en el juego de la indignación, consumiendo su energía y patriotismo en debates estériles. Mientras tanto, la realidad sigue su curso: la economía se estanca, la inversión huye, la desigualdad se profundiza y la violencia se toma todo el país.

El costo económico de la reacción constante

Este patrón tiene consecuencias económicas directas. Un país que reacciona a cada frase de manera impulsiva, genera incertidumbre. La inestabilidad repele la inversión, encarece el crédito y hace que las empresas locales duden en expandirse y no contratan más empleados.

Además, falta enfoque y continuidad en proyectos para mejorar la infraestructura, la educación, la producción y el turismo nacional. La improvisación y la falta de visión estratégica nos condenan a la precariedad.

¿Cómo romper el ciclo?

El primer paso para salir de esta trampa es dejar de ser esclavos de la provocación. Como ciudadanos, debemos preguntarnos: ¿estamos reaccionando porque vamos a lograr un cambio, o simplemente porque somos manipulados para hacerlo? ¿Nuestra pública indignación genera soluciones o solo alimenta el circo político y crea más payasos?

En vez de caer en la trampa de la reacción constante, Ecuador necesita ciudadanos que exijan planes concretos y evalúe a sus líderes no por lo que dicen en una entrevista, sino por lo que hacen en sus mandatos. Necesitamos una clase política con visión de largo plazo, que no gobierne con base en titulares y redes sociales.

La clave para salir de la pobreza personal y como país, no es reaccionar rápido, sino esperar, analizar y actuar con inteligencia …. emocional si es posible.

Este contenido ha sido publicado originalmente por EL COMERCIO.

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