Pequeños chocolateros ecuatorianos están conquistando Europa, impulsando un modelo sostenible y justo.
Guido Calderón
Ecuador, cuna del cacao fino de aroma, ha escrito por siglos una historia íntima con este fruto ancestral. Sin embargo, su potencial se ha limitado a la exportación de materia prima, mientras el mundo industrializado transforma sus semillas en marcas mundiales de altísima rentabilidad.
Hoy, un giro transformador está en marcha: pequeños chocolateros ecuatorianos están conquistando paladares en Europa, gracias al respaldo de organizaciones como la Fundación Pachamama y el Consorcio de Gobiernos Provinciales del Ecuador. Este esfuerzo colectivo reivindica un modelo de desarrollo sostenible y comunitario.
La Fundación Pachamama, históricamente comprometida con la defensa de los derechos de la naturaleza y de los pueblos indígenas, ha encontrado en el cacao un puente entre la conservación ambiental y la justicia económica. Su labor trasciende lo ambiental al capacitar a comunidades en técnicas agroecológicas, que garantizan que el cacao se cultive sin devastar bosques ni desplazar culturas. Pero su aporte clave, radica en posicionar al chocolate ecuatoriano como un producto premium con ADN ético.
Al promover el comercio justo y la trazabilidad, ha ayudado a pequeños productores a acceder a mercados que valoran la transparencia a través de su participación en ferias europeas, lo que abre puertas comerciales que conectan a compradores con las historias detrás de tabletas ecuatorianas: agricultores kichwa, mujeres afrodescendientes emprendedoras y cooperativas que protegen la biodiversidad.
El rol de CONGOPE también ha sido valioso al facilitar recursos logísticos, financieros y técnicos para que chocolateros de zonas como Manabí, Esmeraldas, Tungurahua y Napo entre otras provincias, lleguen a Europa.
Con el apoyo de ambas organizaciones, chocolateros ecuatorianos educan a compradores europeos sobre las ventajas competitivas del cacao ecuatoriano.
Por años, Ecuador ha exportado el 70% de su cacao en grano, dejando en manos extranjeras la elaboración del chocolate. Hoy, gracias a estos apoyos, pequeñas marcas chocolateras, ya figuran en tiendas especializadas de Europa.
Este salto implica inversión en tecnología, diseño y cumplimiento de normativas internacionales. Aquí, el trabajo de la Fundación Pachamama y del CONGOPE ha sido determinante a través de talleres sobre envasado biodegradable, certificaciones orgánicas y storytelling auténtico, han permitido a nuestros productores diferenciarse en mercados saturados.
Aunque los avances son notables, persisten retos. La competencia con gigantes como Bélgica o Suiza exige innovación constante.
Además, es vital escalar la producción y sumar más productores, sin sacrificar la calidad ni los principios éticos. Para ello, se requiere mayor inversión pública-privada y políticas de apoyo a los pequeños chocolateros.
El futuro es prometedor. Europa, cada vez más consciente del impacto socioambiental de sus consumos, ve en el chocolate ecuatoriano una opción alineada con sus valores. La meta ahora es consolidar una denominación de origen que proteja y potencie el chocolate ecuatoriano.
El apoyo de la Fundación Pachamama y el CONGOPE a los chocolateros ecuatorianos es un ejemplo de cómo la colaboración entre sociedad civil, Estado y productores, puede redefinir cadenas de valor globales.
Esto no solo enriquece a Europa con sabores exquisitos, sino que dignifica a quienes, desde las raíces del cacao, están construyendo un Ecuador más justo y sostenible.
El verdadero éxito no solo se mide en toneladas exportadas, sino en cuántas historias de resiliencia y armonía con la naturaleza, logramos comunicar al mundo.
Este contenido ha sido publicado originalmente por EL COMERCIO.