Por Guido Calderón
El licor iba a pulverizarme el hígado, tal como lo hizo con varios de mis amigos de juventud ya fallecidos. Destruyó mi primer matrimonio, me metía en peleas callejeras, llegué a líder de una pandilla que al calor del trago barato se tornaba violenta, me hice un habitante de la noche. Quizá de lo que sí tenía conciencia y me incomodaba, era que con las copas fumaba en exceso y pasaba días con la garganta seca y carrasposa.
Intenté dejar el cigarrillo, pero era imposible, apenas había una cerveza cerca aparecía mágicamente en mis labios, incluso lo arrancaba de la boca de otro fumador.
Hace 12 años me invitaron a un viaje de prensa a Egipto, conjuntamente con periodistas de varios de varios países, por cortesía de Dunas Travel, el principal turoperador del Medio Oriente en español. Hicimos básicamente El Cairo, el tiempo venía muy corto.
El choque cultural me golpeó fuerte. El mundo árabe es una madeja de misterios a ser descubiertos en cada calle, a cada paso, en cada rostro. Extrañé el no poder beber alcohol y fumar un cigarrillo.
En Giza al ingresar al corazón de la pirámide construida por el Faraón Keops, junto a su sarcófago, posé mis manos sobre la pared que da al norte, apegué mi frente; y por instantes que se hicieron eternos, me trasladé a la época de los faraones: me vi caminando entre ellos.
Un toque en el hombro me invitó a salir con la sensación que algo se me quedó dentro de esta maravilla del mundo.
El viaje siguió a otros países de Europa y pasaron varios días hasta regresar hasta mi ciudad Baños de Agua Santa, capital turística de Ecuador y considerada la tercera mejor farra del país; por lo que la primera noche salí a la Zona Rosa, llena de bares donde siempre se encuentra un rostro conocido y generoso que brinda la primera cerveza y sonriente abre el paquete de cigarrillos.
Realmente le hacía falta alcohol a mi cuerpo, tomé el primer sorbo con alegría, quise tragar el helado y espumoso líquido, pero lo sentí muy desagradable y lo escupí, ante el horror de amigos que comparten el lema de “derramen sangre, pero no cerveza”. Me pregunté internamente ¿Qué me pasa? Intenté tomar otro sorbo y era como si tomara agua podrida. Lo escupí forzosamente.
–Mejor fúmate un cigarrillo, me dijo un compresivo amigo que se dio cuenta que algo malo me pasaba. Al prenderlo el solo olor me dio ganas de vomitar y no llegue a meterme la tan extrañada primera bocanada. –No gracias dije con cara de asco.
-Asumo es el jetlag amigos, disculpen, me voy a dormir. Después de unos días me reuní con un amigo. Pasó lo mismo.
Pensé que estaba enfermo. Por esos días viaje a mi tierra natal Riobamba, a visitar a mi madre que me recibió con el clásico chancho hornado, con el cual me crió y es parte de mi ADN gastronómico. Vi el delicioso plato, le agradecí y lo puse a un lado. Casi me deshereda. Se ofendió severamente. Yo seguía sin entender: primero fue el licor, luego el cigarrillo, ahora el cerdo; que escapan de mi vida, porque yo no quería dejarlos, ellos me abandonaban.
Con los días y semanas de pesquisa en los recodos de mi mente, comprendí que algo cambió dentro de mi cuando estuve dentro de la pirámide y pude sentir cómo el faraón me miró a los ojos.
Se de otros casos de gente que llegó a Egipto con grandes problemas existenciales y al retornar a sus países ya no encontraron sus desastrosas anteriores vidas y se convirtieron en seres humanos diferentes y poderosos.
Hace 3 años los faraones aparecieron en mis sueños y regresé a Egipto otra vez con Dunas Travel y de la mano de su Gerente Attia Yamani, pude compartir con mi hija Thaiz y mi esposa Pilar, la mágica energía de las otras maravillas de este país que transforma vidas.
Para mi familia de viajeros empedernidos, este sigue siendo el mejor viaje de nuestras vidas y seguro volveremos.