lunes, febrero 17, 2025
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Turismo de invierno

En Europa, cada estación marca una batalla de supervivencia. En Ecuador, no.

Guido Calderón
En Ecuador no hay estaciones. O al menos, no esas que vemos en las películas. Aquí, inundaciones y sequías son apenas caprichos menores que no logran alterar nuestra rutina. Nuestro clima es tan estable que no sabemos si estamos en invierno o verano, las dos únicas estaciones que intentamos entender. ¿Invierno? Quizás cuando llueve más. ¿Verano? Tal vez cuando alguien decide volar una cometa.

Pero no se equivoquen: ¡tenemos diversidad climática! Mientras en una provincia se considera invierno, en otra es verano y nos damos el lujo de ignorar el otoño y la primavera. En cambio, declaramos con orgullo que vivimos en ciudades de “eterna primavera”. Tan eterna que nuestras ropas son las mismas durante todo el año.

En Europa, cada estación marca una batalla de supervivencia. En Ecuador, no. Nuestro gran desafío es esperar el fin de la veda del cangrejo o la temporada de mangos, porque fuera de eso, comemos lo mismo todo el año. El clima predecible nos regala comodidad. Tan cómoda que apenas sentimos un ligero frío en las fiestas cantonales, donde los políticos nos bañan en licor barato y a eso le llaman patriotismo.

Es curioso cómo los feriados —o superferiados, como este de fin de año— tampoco alteran nuestras vidas. Si acaso, nos invitan a cambiar el calor de la Costa por el fresquito de la Sierra que con una chompa barata basta y sobra para enfrentar el frío andino.

Mientras tanto, en Europa, las estaciones son crueles. Aquí, la nieve y las lluvias torrenciales no son escenas de postal, son realidades que moldean a las personas. Hace 200 años, un invierno europeo te exigía carne seca, fruta deshidratada y montañas de leña solo para sobrevivir. Eso en Ecuador nunca ha sido necesario. Tenemos todo el año alimentos frescos, clima amable y por supuesto, la excusa perfecta para no acumular ni prever.

Esta comodidad climática nos ha hecho maestros en el arte de vivir al día. ¿Por qué preocuparnos por el futuro si el presente ya nos regala todo? Acumular es un pecado, al menos según las ideologías de izquierda que condenan al capitalista que osa guardar para mañana.

El resultado es obvio: somos una nación que no planea, no sueña, no vislumbra. Los políticos tampoco ayudan; ninguno se molesta en ofrecernos un futuro de aquí a 10 años. ¿Para qué? Aquí se come hoy, se bebe hasta el exceso y lo demás… Dios proveerá.

Pero, que no se diga que no somos felices en nuestra primitiva comodidad. Después de todo, ¿quién necesita progreso cuando el clima ya nos da todo?

Este contenido ha sido publicado originalmente por EL COMERCIO.

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