(Brazil).- Comenzó como un tour alternativo y casi de turismo aventura, mirado de reojo por los turistas más convencionales, pero ahora visitar una favela en Río de Janeiro es uno de los paseos más habituales para los visitantes que quieren sumergirse en la vida cotidiana de la Cidade Maravilhosa. Incluso fue la morada temporaria de muchos argentinos durante el Mundial, que consiguieron tarifas más accesibles y hospitalidad como en casa.
La comunidad de Santa Marta, en el barrio de Botafogo, es la más turística. Fue la primera pacificada en 2008 y la primera que abrió sus intrincados callejones a los visitantes, como un nuevo recurso económico para muchos de sus habitantes. Antes era el campo de batalla de narcotraficantes, con corridas, muertes y terror como moneda corriente.
Hay guías oficiales, estimulados y organizados por el gobierno, que viven en la comunidad y que ayudan a recorrer este laberinto que se desparrama por el morro. Al pie de la favela en un puesto sobre la transitada calle San Clemente se anuncian los tours. Allí José Carlos, uno de los guías, por 50 reales por persona nos lleva a descubrir su mundo.
La primera intención fue subir hasta lo más alto con un funicular y después bajar por los pasillos y escaleras…, pero justo frente a nuestras narices el ascensor no quiso más y tuvimos que emprender el ascenso a pie, lo que pone a prueba el estado físico hasta de un atleta. Pensar que los habitantes que viven en los sectores altos no tienen otra alternativa que subir y bajar cada vez que van a trabajar, a comprar algo y hasta a sacar la basura. No ingresan autos ni bicicletas ni ningún otro transporte: sólo se puede ascender subiendo escaleras por pequeños pasillos, algunos tan angostos por los que sólo pasa una persona (y si se tiene suerte que funciona, con el funicular).
COMO UN BARRIO MÁS
Doña Marta, como también la llaman, se hizo conocida porque Michael Jackson grabó parte del clip They don’t take care about us hace casi 20 años. El paso del músico quedó inmortalizado en una estatua en lo más alto del morro.
José Carlos cuenta que se parecen bastante a un barrio tradicional: pagan por el consumo de la electricidad, tienen un presidente comunal al que se elige por votación, un hostel, iglesias y hasta una oficina postal para recibir correspondencia.
«Desde que se pacificó y entró la policía mejoró mucho, bajó la delincuencia – explica-. Ahora se puede recorrerla sin temores.»
Hay negocios que venden de todo, muchos bares y pequeños restaurantes e infinidad de casas que crecen hacia lo alto.
Todo con un ambiente festivo, de puertas abiertas y mucha tranquilidad. Los chicos juegan eternamente a la pelota, algunos vecinos charlan por los pasillos y otros trabajan. Todo muy colorido, aunque domina el verdeamarelo. Le dieron una lavada de cara a casas y pisos para recibir la Copa del Mundo.
José Carlos nos invita a conocer su casa: primera planta el comedor, por una escalerita caracol se asciende a la cocina y otra más lleva al lavadero. Por otro costado, otra escalerita comunica a las habitaciones. Y cuanto más alto, mucho mejor es la vista, que alcanza hasta la bahía de Guanabara. Esa es una particularidad: las viviendas se extienden hacia arriba. Hay más de 1800 casas y las habitan 6000 personas. Una gran familia.
Vivir aquí no es para pobres: una vivienda de una pieza se alquila entre 600 y 800 reales por mes, y si se quiere ser propietario hay que pensar en desembolsar, como mínimo, 100.000 reales.
A pesar del esfuerzo diario para subir y bajar, de la basura acumulada en algunos sitios y de caños que pierden agua a la vista, José Carlos asegura: «Todos quieren vivir acá porque está cerca de todo y además es muy seguro».
La estadística lo avala. Una encuesta publicada por el diario
O Globo confirma que el 94% de los habitantes de las favelas de Brasil son felices y que el 65% se considera de clase media. Casi un barrio más, aunque muy particular. (lanacion.com.ar)