Secuoyas milenarias, la cascada más alta de América del Norte y legendarios acantilados de granito te esperan en el tercer parque nacional más antiguo de EE.UU.
Imagina un lugar donde las montañas perforan el cielo, las cascadas rugen con fuerza y los valles se extienden dando forma a paisajes en constante transformación. Bienvenidos a Yosemite, un paraíso de 3.108 km² en el corazón de California que ha fascinado a viajeros, escaladores y amantes de la naturaleza durante generaciones. “La maravilla de Yosemite no reside en sus desconcertantes alturas y distancias abrumadoras, sino en su asombrosa armonía entre magnitud y frágil belleza”, escribió en 1926 Katherine Ames Taylor, la primera mujer naturalista del parque nacional, el tercero más antiguo de los Estados Unidos.
Desde sus icónicas formaciones rocosas hasta sus milenarias secuoyas gigantes, cada rincón de Yosemite, que se extiende a través de las laderas orientales de la cadena montañosa de Sierra Nevada, tiene una historia diferente que contar, tan solo hay que saber escuchar con todos los sentidos, no vaya a ser que se nos escape alguno de sus secretos.

Lo primero que debes saber es que fue del presidente Abraham Lincoln quien, en 1864, sentó las bases para que se convirtiera en un refugio protegido, uno donde en la actualidad es necesaria la reserva de entrada en algunas fechas señaladas. Porque sí, los problemas de tráfico, incluidos los embotellamientos, se han vuelto en él más preocupantes que los osos. De hecho, 11 han sido atropellados por vehículos este año: los letreros que rezan “Oso rojo, oso muerto” señalan los puntos de la carretera donde ocurrieron estos accidentes.
Tunnel View
Pocos lugares capturan la esencia de Yosemite como el mirador de Tunnel View. Situado al final del túnel de Wawona Road, este punto ofrece una panorámica general que deja sin aliento incluso a los viajeros más experimentados. Desde aquí, se despliegan ante nuestros ojos algunos de los símbolos más reconocibles del parque: El Capitán, las Bridalveil Falls y, al fondo de un valle exuberante que parece extenderse hasta el infinito, Half Dome en todo su esplendor.
La historia de este mirador se remonta a los primeros días del turismo en Yosemite, cuando los visitantes llegaban por caminos polvorientos en diligencias y encontraban esta vista como la primera bienvenida al valle. Hoy, sigue siendo el lugar favorito para detenerse, tomar fotografías y maravillarse con la grandeza de la naturaleza.
El espectáculo cambia con las estaciones: en primavera, las cascadas alcanzan su máximo esplendor gracias al deshielo; en verano, el sol ilumina cada rincón del valle; en otoño, los árboles se tiñen de cálidos colores; y en invierno, la nieve transforma el paisaje en un cuento de hadas.
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Acantilados de granito
En el Parque Nacional de Yosemite, los acantilados de granito se alzan como titanes inmóviles. Desde las legendarias paredes de Half Dome hasta la monumental presencia de El Capitán, estas formaciones no solo son un espectáculo visual, sino también una invitación al desafío, la exploración y la reflexión sobre el paso del tiempo.
En 1868, una guía de Yosemite proclamaba que la cima del Half Dome jamás sería alcanzada por el ser humano. Apenas siete años después, George Anderson rompió esa predicción, coronando la cúspide en 1875. Su hazaña marcó el inicio de una era en la que escaladores de todo el mundo comenzaron a enfrentarse a las paredes de granito de Yosemite, revolucionando el deporte de la escalada.
Los nativos americanos cuentan que una mujer y su esposo, atrapados en constantes discusiones y peleas, provocaron la ira de los espíritus. Como castigo, fueron transformados en piedra, dando origen a Half Dome y North Dome, condenados a enfrentarse eternamente a través del valle. Los geólogos tienen una explicación más científica: el granito se solidificó a más de ocho kilómetros bajo tierra y fue ascendiendo lentamente a medida que las capas de roca que lo cubrían se erosionaban. Las fuerzas dinámicas de la naturaleza continúan hoy esculpiendo esta roca expuesta.
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Para conseguir una vista panorámica inolvidable de Half Dome tendrás que dirigirte al mirador de Glacier Point, que es especialmente mágico al atardecer. Ubicado a 2.200 metros de altitud, su acceso por carretera permanece cerrado durante el invierno debido a las intensas nevadas. Sin embargo, en los meses de buen tiempo, merece la pena aventurarse por el Four Mile Trail, una ruta de 11,6 kilómetros que desafía tanto a principiantes como a senderistas experimentados, mucho más si se combina con la exigente Panorama Trail.
Si eres intrépido y te crees preparado para subir hasta la cima de Half Dome, prepárate para un desafío épico. Con sus imponentes 2.682 m.s.n.m., este monolito de granito no solo es una de las maravillas más icónicas de Yosemite, sino también uno de los retos más exigentes del parque. Completar esta caminata de ida y vuelta, de 22,5 kilómetros, requiere un permiso, una advertencia clara de lo intensa que es la experiencia (el desnivel acumulado es de 1.463 metros).
Valle de Yosemite
La arteria viva de Yosemite es el río Merced, una corriente que no solo alimenta el paisaje, sino que también lo transforma. John Muir, el naturalista que dedicó su vida a la conservación del parque, lo resumió con precisión: “Todo está en movimiento”, y eso incluye al agua, los animales e incluso las rocas que parecen inmutables.
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Durante gran parte del año, el río fluye pacíficamente por el valle, visitado por más de 100 millones de personas y flanqueado por arbustos y árboles caducifolios que adornan sus riberas. Los prados húmedos que lo envuelven dan paso a majestuosos robles negros, cuyos nutritivos frutos, las bellotas, sirven de sustento a ciervos, osos y pájaros carpinteros, al igual que lo hicieron para las comunidades nativas americanas que habitaron estas tierras hace siglos.
Pero el Merced no siempre se muestra dócil. Cuando las lluvias torrenciales o el deshielo primaveral aumentan su caudal, se convierte en el arquitecto silencioso de Yosemite, desplazando rocas, depositando sedimentos y reimaginando su curso. La corriente ya no susurra, sino que se desata con fuerza, lo que recuerda a los visitantes que el cambio no solo es inevitable, sino necesario para la vida.
También cambia el flujo de Yosemite Falls, la cascada más alta de América del Norte con sus 739 metros (diez veces más alta que las cataratas del Niágara). Dividida en dos secciones –Upper Yosemite Fall y Lower Yosemite Fall–, ofrece un espectáculo impresionante desde cualquiera de sus ángulos, sobre todo cuando sucede el el fenómeno lumínico conocido como Firefall (Cascada de fuego).
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Mariposa Grove
Las secuoyas gigantes de Mariposa Grove, algunas de más de 3.000 años de antigüedad, se yerguen como centinelas silenciosas de la historia. Con troncos que superan los siete metros de grosor, estas gigantescas reliquias de la naturaleza no solo destacan por su tamaño, sino también por el papel crucial que jugaron en la creación del parque que hoy conocemos.
Fue en 1864 cuando el presidente Abraham Lincoln firmó una ley para proteger este bosque, junto con el Valle de Yosemite, marcando un precedente en la conservación de espacios naturales en los Estados Unidos. Estas majestuosas secuoyas, símbolos de fortaleza y longevidad, se convirtieron en un emblema del parque y en fuente de inspiración para generaciones de guardabosques que, hasta el día de hoy, lucen imágenes de sus piñas y hojas en sus uniformes.
Sin embargo, la relación entre las secuoyas y los humanos no siempre fue sencilla. Durante décadas, los esfuerzos por protegerlas del fuego causaron, contrariamente, un daño considerable en su ecosistema. La supresión de incendios, aunque bien intencionada, interrumpió un proceso natural esencial para su reproducción. Fue solo a través de la investigación y la experimentación que los científicos descubrieron que el fuego es, en realidad, un aliado de estos árboles: elimina la competencia de abetos y cedros, y expone el suelo mineral necesario para que sus diminutas semillas puedan germinar.
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Los ejemplares más destacados del parque son Grizzly Giant, una de las secuoyas más antiguas del mundo que permanecen en pie, con ramas que superan los dos metros de diámetro, California Tunnel Tree, cuya base fue cortada en 1895 para hacer un agujero por el que pasaran los caballos, las carretas y los primeros coches, y Wawona Tunnel Tree, uno de los árboles más reconocidos del parque, a pesar de que colapsó bajo una nevada récord en 1969.
Tioga Road y Tuolumne Meadows
Pocos trayectos ofrecen una experiencia tan espectacular como la Tioga Road, la carretera de montaña más alta de California, que serpentea durante más de 80 kilómetros a través del techo del Parque Nacional de Yosemite. También conocido como Tioga Pass, este paso, que alcanza en su punto más elevado los 3.031 metros, conecta el corazón del parque con las vastas extensiones del este de Sierra Nevada.
Uno de los mayores tesoros del recorrido es Tuolumne Meadows, un extenso prado alpino rodeado de cúpulas de granito, picos escarpados y ríos cristalinos. También merecen la pena detenerse en el mirador de Olmsted Point o en Tenaya Lake, un lago cristalino donde el sol suele ser implacable en verano.
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Pero Tioga Road no termina aquí. Si continúas tu recorrido hacia el este, este icónico trazado te llevará hacia las áridas y desafiantes tierras del Death Valley, pero esa es ya otra historia y otro parque.
Publicado en CONDÉ NAST TRAVELER.