domingo, marzo 16, 2025
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Turismo encantador

La recepción de un candidato, generalmente indiferente, con la de un ministro, recibido con privilegios y recursos públicos.

Guido Calderón
Si una persona llega a una ciudad en calidad de candidato, viene a pedir un favor: que le den el voto. ¿La actitud de los residentes que se tomen en trabajo de ir a verlo, tendrá un aire de superioridad: a ver qué nos ofrece? Otros serán indiferentes a su presencia, unos querrán insultarlo, una minoría radical buscará agredirlo y unos pocos le harán honores por ser coidearios o simpatizar con sus propuestas.

Para su visita al sitio deberá pagarse su transporte, la pernoctación, a menos que algunos simpatizantes decidan correr con esos gastos y la alimentación. Están conscientes que, de ganar, estos favores serán retribuidos con rentables cargos públicos y la cuota de “poder” político que es la segunda adicción de los ecuatorianos. Conseguir entrevistas en los medios locales costará favores o dinero en efectivo sin factura.

En cambio, si un ministro en funciones visita una ciudad, toda la infraestructura estatal, local y provincial, se pone a su servicio. Un ejército de funcionarios de menor rango coordinarán y suplirán todas las necesidades de él, de su equipo de avanzada y del personal de compañía, incluidos guardaespaldas y la parvada de tiktokeros.

Los hoteleros se pelearán entre ellos por el honor de que verifique la calidad de sus habitaciones. Los restaurantes enviarán invitaciones desesperadas suplicando que les visite y todos querrán tomarse fotos con el ministro en funciones, del cual están seguros de que pueden beneficiarse de alguna manera.

Obviamente, la prensa local hará una cobertura maratónica del funcionario: radios y televisiones locales exigirán entrevistas.

Ser ministro de turismo y no hacerse popular es imposible, todos los últimos ministros lo han logrado -incluso Elhers- a pesar de sus pésimas gestiones, luego de las cuales han desaparecido de la vida pública.

Pero es la primera vez que un ministro, con una gestión con los peores resultados de la última década, aprovecha su popularidad para convertirse en candidato y delata su gestión como una campaña de tres años con dineros públicos y asegura su pasaporte a la próxima asamblea.

No nos pongamos moralistas, su actual jefe ha hecho lo mismo y también los demás partidos candidatizan a personas muy populares y ganan, independientemente de su coeficiente moral o intelectual. Con candidatos así de encantadores, a los izquierdistas no les va a ser suficiente las chicas de Onlyfans.

Este contenido ha sido publicado originalmente por EL COMERCIO.

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