Guido Calderón
Desde hace unos meses las noticias celebran el crecimiento récord de ingresos por exportaciones de cacao. Más de USD 517 millones en el primer trimestre de 2025, un aumento del 330% con respecto al año anterior. A simple vista, parece un logro indiscutible para la economía nacional. Sin embargo, esta bonanza revela una pregunta incómoda: ¿quiénes se benefician realmente de este boom?
El cacao se consolida como uno de los principales productos de exportación no petroleros. Pero en la práctica, los beneficios de esta alza internacional no se redistribuyen entre los ecuatorianos, como lo hace el turismo. El grueso del valor generado queda en manos de grandes exportadores, acopiadores e intermediarios extranjeros vinculados al monocultivo de la Costa, dónde muchas haciendas han abandonado el tradicional cacao fino de aroma por el híbrido CCN51.
En esta abundancia, miles de familias campesinas amazónicas continúan produciendo cacao en condiciones precarias, sin capacitación, ni canales de comercialización directa. Venden cacao en baba o sin fermentar, con humedad, en mercados informales, sin regulación ni apoyo estatal. Su esfuerzo, esencial en la cadena, no se ve reflejado en mejoras en su calidad de vida. Al contrario, en la zona norte del Ecuador, dólares ilegales y gente armada, ingresan a comprar el cacao y ponen en peligro sus vidas.
Comparemos esta situación con el turismo, sector históricamente infravalorado. En 2023 generó más de USD 5.000 millones, lo que representa el 4,4% del PIB nacional, según el World Travel & Tourism Council (WTTC). A diferencia del cacao, los beneficios del turismo se distribuyen de forma muy horizontal y territorial: desde los guías locales en el Chimborazo hasta las familias que administran hostales en Montañita, pasando por restaurantes, artesanos, transportistas, comunidades indígenas y emprendedores en ciudades como Baños de Agua Santa, Mindo u Otavalo.
El turismo es un dinamizador local. Genera empleo directo e indirecto, fomenta la inversión en infraestructura, promueve el consumo interno y diversifica la economía. No depende de los precios internacionales de un solo commodity. Y sobre todo, involucra a miles de actores de base en todo el territorio nacional.
El cacao, en cambio, sigue preso de un modelo extractivista: se exporta en grano, sin procesar, sin valor agregado. Ecuador, que posee uno de los mejores cacaos del mundo, muy superiores a los africanos, no deberíamos sentirnos orgullosos de estar tras de Costa de Marfil o Ghana, países con variedades de mala calidad, con violencia y esclavitud en los sembríos de cacao. En vez de limitarnos a ser proveedores de materia prima a Bélgica, Suiza o Francia, que fabrican chocolate fino con nuestra riqueza, deberíamos capacitarnos para ser sus competidores y líderes en chocolates de origen, con comercio justo y una redistribución horizontal de la riqueza que se genera actualmente.
Este momento de precios altos debería ser una oportunidad para democratizar la cadena del cacao. Para capacitar a nuestros agricultores, fomentar cooperativas, invertir en transformación local y construir una marca país basada en calidad, ética y sostenibilidad. No podemos seguir celebrando cifras macroeconómicas si no hay mejoras microeconómicas para quienes trabajan la tierra.
El verdadero desarrollo no se mide solo en divisas ingresadas, sino en cómo esas divisas transforman vidas.
Este contenido ha sido publicado originalmente por EL COMERCIO.