-José María Gutierrez Regentó el mítico establecimiento de la Ciudad del Besaya desde 1951 a 1.997.
Andrés Alonso. Torrelavega. 07.03.2024.
El veterano hostelero cántabro José Maria Gutiérrez, conocido por todos como “Chemaro” ha sido objeto de un homenaje en el bar Chema de Torrelavega, donde recibió, rodeado de numerosos amigos, un retrato del pintor vallisoletano Eduardo Pascual, que ha pasado a formar parte de la decoración de este emblemático establecimiento.
El acto, que fue presentado por la periodista Nieves Bolado, se abrió con la interpretación de “Canciones de Torrelavega” por el solista Pedro Álvarez, y contó con la presencia del alcalde de la ciudad, Javier López, y miembros de la corporación municipal. El regidor municipal dijo que el homenajeado era “una persona querida por todos”, y que “tiene en su cabeza a la mayoría de los torrelaveguenses”. Acudieron un buen número de miembros de la Cofradía del Hojaldre de Torrelavega, con su Gran Maestre al frente, Javier López Marcano.
Chemaro a sus 91 años sigue acudiendo todos los días al bar donde pasó gran parte de su vida. Es un símbolo de la Real Sociedad Gimnástica teniendo el carnet número uno, y un gran aficionado, también, del Real Madrid. Es miembro de la Cofradía del Hojaldre de Torrelavega.
Para él el bar es un poco, como dice su sobrino, el salón de su casa, por las horas que allí pasa. Le conocen todos los torrelaveguenses , muchos cántabros y muchos de fuera de nuestra comunidad.
En el bar, famoso por sus vinos blancos de solera y sus banderillas, le encontraremos siempre a la entrada para recibirnos con su sonrisa y hacer que el espacio se convierta en un lugar de encuentro y afectos. Por las tardes, el lugar se convierte en un pequeño Bernabeu para los tahúres del tute.
El Chema le abrió José María Gutiérrez, Chema, padre de Chemaro , el 14 de agosto de 1944. Llevaba un tiempo cerrado por su anterior dueño, una hija y el yerno de Carpio, el fundador, un pasiego que regentaba una taberna a la que acudían sus paisanos pasiegos los miércoles cuando bajaban con sus productos a vender en el marcado de los jueves. Al fondo de la taberna había una pequeña cuadra en la que amarraban los burros que traían los productos que al día siguiente iban a la plaza.